miércoles, 17 de septiembre de 2008

EL DESPERTAR




La conciencia es como una minúscula isla, situada en medio de un océano de profundidades insondables y horizontales casi infinitas. Este océano se llama el subconsciente. A la vista nada se advierte. Todo está en calma. Pero en lo profundo todo es movimiento y amenaza. Hay volcanes dormidos que, de pronto, pueden entrar en erupción, energías ocultas que guardan retenida el alma de un huracán, fuerzas propulsoras que encierran gérmenes de vida o de muerte.
El humano, por lo general es un sonámbulo que camina, se mueve, actúa, pero está dormido. Se inclina en una dirección y con frecuencia no sabe por qué. Irrumpe aquí, grita allá, corre, más tarde se detiene; acoge, rechaza; llora, ríe, canta; ahora triste, después contento; son, generalmente, actos reflejos y no plenamente conscientes. Da la impresión de ser un títere movido por hilos misteriosos e invisibles.
En el mar profundo del hombre, el lado irracional y desconocido, mediante mecanismos que parecerían sortilegios, lo van llevando en direcciones inesperadas y, en ocasiones por rumbos disparatados.
Es allí cuando nos planteamos ¿Qué se hizo de la brújula? ¿Funciona la libertad? Cuántas veces el humano no entiende nada y sufre. Sufre porque está dormido. No se da cuenta de que el sufrimiento es puramente subjetivo.
La mente es capaz de dar a luz fantasmas alucinantes, que luego atormentarán sin piedad a quien lo engendró. Los miedos son, generalmente sombras fantasmagóricas sin fundamento ni base en la realidad. Por eso está dormido. Y dormir significa estar fuera de la objetividad. Dormir es sacar las cosas de su dimensión exacta. Dormir es proyectar mundos subjetivos sobre los sucesos exteriores. Las inseguridades y temores son, por lo general, hijos de una obsesión.
El miedo, insisto, engendra y distingue fantasmas por todas partes; éste no me quiere, aquél está en contra mía, ese proyecto está destinado a fracasar, todos se han conjurado en contra mía, están tramando desplazarme de mi trabajo, aquellos otros me han retirado su confianza, aquélla ya no me mira bien, aquella otra no me saluda como antes, ¿qué le habrán contado acerca de mi?, la otra se muestra ahora fría y distante conmigo, ¿Qué habrá pasado?...
Y todo no es sino un engaño, o al menos, una espantosa magnificación o suposición. No hay nada de eso, o muy poco. Está dormido.
Muchas personas viven del susto y alucinaciones en pleno día, con el mismo realismo con que se vive las pesadillas a media noche. Los fantasmas narcisistas pueblan el alma de ansiedades y no pueden darse cuenta de que todo es materia subjetiva, de que están dormidos. De tanto dar vueltas a sucesos infelices, acaban magnificándolos, y no se dan cuenta de que están soñando.
Les sucede lo mismo que a las bolas de nieve: cuantas más vueltas dan, más grandes se hacen. De pronto se sienten amenazados por el terror, sin caer en la cuenta de que solo se trata de una manía persecutoria, una alucinación que inventa y dibuja sombras siniestras, cuando, en realidad nada de eso existe; están dormidos.Hechos intrascendentes los transforman en dramas, y pericias ridículas las revisten con ropajes de tragedia. Están dormidos.
Es preciso despertar. Y despertar es salvarse.
Conocernos y fortalecernos nos ayuda a desarrollar nuestro poder interior. Tenemos que hacer el esfuerzo de acceder a la sabiduría viva interna que nos permita vivir mejor contando con nosotros, ya que la información más valiosa para nuestro crecimiento personal está dentro de nosotros mismos. Si aprendemos algo más de nosotros mismos desarrollaremos una identidad
llena de valores y aspiraciones.
Y para vivir en plenitud tomemos en cuenta que en nuestras vidas no existe una respuesta correcta. Todo es relativo. No hay nada absoluto. Todo es como un juego de magia donde podemos aprender que uno puede pasar de la oscuridad al poder de la luz mediante un corazón abierto, una mente adquisitiva y una práctica diaria de conciencia basada en la ética, la meditación y la sabiduría.
Autor: Victor Guzmán


No hay comentarios: